sábado, 28 de marzo de 2009

DON JUAN GUALBERTO GONZÁLEZ BRAVO

D. Juan Gualberto González Brabo y Delgado nació el 11 de julio de 1777 en la calle Mora número 6.

Badajoz y Sevilla fueron sus puntos de formación intelectual. En la ciudad extremeña adquirió los conocimientos que le permitieron incorporarse a la prestigiosa Universidad hispalense, donde sobresaldría por su capacidad intelectual. Cuando se inicia el siglo XIX ya lo tenemos hecho todo un Doctor en Leyes, ejerciendo de abogado en el estudio del Doctor D. Ángel Ortega, impartiendo clases en la Universidad de Sevilla y formando parte de la Real Audiencia de esta ciudad.

Repetidas veces insistió en marchar al otro lado del Atlántico, a las posesiones americanas, y allá fue, a Guatemala, cuando, en plena Guerra de la Independencia, le nombraron Oidor de su Audiencia.

Después de cinco años en tierras guatemaltecas regresó a la península, donde fue designado Fiscal del Supremo Consejo de Indias y, durante el trienio liberal (1820-1823), también ejerció como Fiscal del Consejo de la Guerra. Precisamente durante estos años fue cuando elaboró un informe fiscal que mereció ser recogido en la obra de Pérez de Anaya, titulada “Lecciones y modelos de elocuencia forense” y de cuya trascendencia nos da idea el hecho de que, constituyendo por sí solo una obra completa, existan en la Biblioteca Nacional dos diferentes ediciones.

Era un gran conocedor de los problemas americanos y su dominio de estos temas ha quedado reflejado en unos dictámenes que, a su regreso, formuló sobre el “Trato que recibían los insurgentes” y acerca de que “Cádiz fuese declarado puerto franco”. En estos documentos no sólo informa, sino que ofrece las soluciones que considera más adecuadas a cada problema. El estudio de estos dictámenes deja al descubierto que su elaborador, además de capacidad intelectual, tiene una gran formación literaria y un profundo conocimiento de los temas.

Fue el siglo XIX un hervidero de acontecimientos políticos. Alternan períodos constitucionales con otros de férreo absolutismo, revoluciones, pronunciamientos, intrigas, ajusticiamientos,... y en un momento crucial, por la serie de sucesos que se van a producir, encontramos a nuestro paisano al frente del Ministerio de Gracia y Justicia. El 25 de marzo de 1833 es cuando llega a esta Secretaría de Estado, que era el nombre que entonces recibían los actuales Ministerios. En aquella fecha ya se había iniciado el proceso que iba a llevar a que Isabel II, que contaba con 3 años de edad, fuese jurada como Reina de España. D. Juan Gualberto desempeñó un relevante papel en este acto, pues, en calidad de Notario Mayor del Reino, él fue quien firmó el Acta de la Jura.

En primera fila contempló la muerte de Fernando VII y, también, el inicio de la Primera Guerra Carlista.

El 16 de enero de 1834 fue relevado en Gracia y Justicia. En el verano de ese mismo año, fue elegido Procurador en Cortes por la provincia de Huelva y, años más tarde, fue designado Senador.

Si importante es su carrera como jurista y político no lo es menos como hombre de letras. En 1844 publicó su obra literaria. Tres volúmenes, formados principalmente por traducciones de clásicos latinos, bajo el título de “Obras en verso y prosa”. Este trabajo no sólo mereció el elogio de Menéndez Pelayo, Juan Valera y León Bendicho sino que, además, motivó el importante hecho de que el nombre de nuestro paisano fuese inscrito en el “Catálogo de los Escritores que pueden servir de Autoridad en el uso de los vocablos y de las frases de la lengua castellana” que la Real Academia Española publicó en 1874.

Pero la sensibilidad de D. Juan Gualberto no se limitaba a la literatura, pues la música llenó una parte importante de su vida. Un día a la semana, las dulces notas de su violín se entremezclaban con las de uno de los más grandes músicos de su tiempo, Jesús de Monasterios, ya que, todos los miércoles, el saloncito de su casa, en la calle de Jacometrezo, núm. 15, de Madrid, se transformaba en el escenario en el que, de ocho a once de la noche, se interpretaban obras de Mozart, Beethoven, Mendelsson,...

Vivió soltero y, en su larga vejez, fue atendido y cuidado por su ahijada, Engracia Osorio. Se marchó de este mundo a las doce menos cuarto de la noche del día 27 de noviembre de 1857. Y se marchó rodeado de la mayor sencillez. Expresamente prohibió toda pompa y solemnidad en su entierro, ordenando que su caja fuese llevada por cuatro pobres de San Bernardino y su cadáver envuelto en una sábana, sin coche ni carruaje alguno que fuese detrás.

Su testamento es un extenso documento en el que Encinasola figura como uno de sus beneficiarios. Cien mil reales fueron a parar a las arcas municipales para que se realizasen en el pueblo obras de utilidad pública. Entre estas obras hay que destacar la construcción del Puente del Sillo, que se realizó aún en vida del testador y que supuso un desembolso de la cuarta parte de la cantidad legada, y la reconstrucción de la fuente del Rey. También, con anterioridad a su muerte y con fondos de la familia González Bravo, aunque ajenos al mencionado legado, se había reconstruido la ermita de San Juan.

Sencillez y humildad, estas fueron las virtudes sobresalientes de su carácter.

Don Juan Gualberto fue un personaje que tuvo en su tiempo un enorme peso específico y que amó profundamente a su pueblo. Que ¿qué nos mueve a hacer esta afirmación? Permítasenos responder con otra pregunta ¿Cuántos han otorgado a Encinasola tan importante legado como el que le dejó D. Juan Gualberto? Su cariño por el pueblo puede percibirse en su testamento, en el que se vislumbra la tristeza que sentía por no haber podido venir a ver el lugar en el que se iba a construir el puente sobre el Múrtiga, que era el que, en principio, él pretendía costear.

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